Drama de Nochevieja en tres actos

Acto 1. Las uvas en Ferraz (“remake” de “Las uvas de la ira”, lo siento, Steinbeck)

Hay lugares sagrados y lugares comunes. La calle es el lugar más común para todos. Cuando el pueblo quiere mostrar su opinión como un cuerpo único (casi nunca todo el pueblo, sino una parte de él), ocupa la calle. Puede ser que lo haga para representar actos cívicos, como lo es el día del libro (sobre todo en Cataluña), o para protestar. En la protesta se muestra la fuerza de los pececillos que se agrupan para simular un pez grande. Los peces pequeños se convierten en un banco -un cardumen- para confundir a sus predadores. Entre los seres humanos la fuerza consiste en ocupar los lugares comunes. Es el caso de las manifestaciones. Con ese convertirse en un cuerpo grande, los ciudadanos avisan al poder establecido. Le dan un toque de atención. Por eso, quienes convocan muestran las cifras de los manifestados como un argumento de fuerza. Por eso se las suelen hinchar.

Para los violentos, mostrar la fuerza del grupo de carácter simbólico no suele ser suficiente y tienen que mostrarlo de un modo menos sutil: provocando la destrucción material del entorno. Por esa razón, el epílogo de muchas manifestaciones (cuando los pececillos marchan) acaban siendo escenas de violencia en las que algunos quieren mostrar el poder que proyecta la violencia física.

Cuando quienes protestan parece que no tengan nada que perder, cuando se lo juegan todo, convierten un lugar común -una plaza, una calle, un parque- en su propia casa y quedan acampados durante días o semanas, hasta que el poder los escucha o se harta y los disuelve.

Luego hay lugares sagrados. No hace falta que tengan una dimensión espiritual, aunque está claro que los lugares espirituales son especialmente sagrados. También son sagrados para ciertas comunidades algunos lugares que son comunes para otros. Para los aficionados al Madrid, la Cibeles, por ejemplo (la plaza de una diosa); para los del Barça, la fuente de Canaletes (el poder subconsciente del agua que fluye). Para pasar la Nochevieja y recibir el nuevo año, la Puerta del Sol. Son lugares donde repetimos un ritual y eso lo acaba convirtiendo en sagrado para quienes viven ese ritual en primera persona.

Quienes quieren derrocar el actual Gobierno o consideran que su presidente es ilegítimo han convertido la sede del PSOE en Ferraz, una calle normal y una fachada más, un lugar común, vaya, en una especie de lugar sagrado. Por eso decidieron vivir un ritual festivo, la llegada del Año Nuevo, destilando mala leche en la sede del PSOE. Ellos posiblemente ni lo saben, pero es así. En esa fachada han focalizado todos los males del país. El kilómetro cero del “Se rompe España”. Solo de esa manera uno puede imaginar que algunas personas se reunieran un día más a comer las uvas, acto festivo y positivo donde los haya, en un sitio que han convertido en una boca del infierno.

Acto 2. Apalear al muñeco

Un lugar sagrado necesita su icono, un símbolo hacia el que girar todas las intenciones, todos los pensamientos, toda la esperanza, o la rabia en este caso. Y en esas apareció un muñeco gigante (no podía ser de otro modo si era un símbolo de poder). Un muñeco que quería ser el doble del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

La multitud apaleó al muñeco porque, decían, que era una piñata. No señores, una piñata da regalos. Si mantenemos la analogía de la piñata el muñeco recibe golpes para hacer más feliz a la comunidad. En este caso se apaleaba al muñeco como muestra de la furia, la ira y el odio del grupo. Los golpes muestran la frustración generada por no poder actuar sobre el personaje real. Pero esa transferencia de la ira me recordó otra cosa…

El episodio me recordó lo que me explicaba una profesora sobre los dibujos prehistóricos en las cuevas de Altamira o de Lascaux. La teoría del arqueólogo Henry Breuil. Los dibujos de caza eran, según él, actos mágicos para mejorar la captura de los animales, como si la intención de quienes los pintaron tuviera un efecto luego en la vida real. La ambición, el amor y el odio provocan actos mágicos.

Acto 3. Odiar no es un delito

Fueron las declaraciones de Yolanda Díaz las que impulsaron a que escribiera este artículo. Dijo el martes a propósito de la manifestación de Nochevieja de cayetanos y voxistas: “El odio no es delito”. Esa frase me pareció importante por dos cosas. La primera, porque había llegado alto y claro el mensaje de odio intenso que difundía la manifestación. La segunda, porque el odio es un sentimiento tan fuerte que va más allá del delito. Lo importante de este episodio no es que agredieran a un muñeco ni que eso sea un delito (que no lo es), sino que el odio es algo más fuerte y para lo que no hay estructura de control. Se odia y eso se arraiga en cada célula del cuerpo de quien oida.

Lo que ha pasado esta semana es el primer paso del triunfo de lo irracional en política. Ya no se trata solo de alimentar las emociones de las personas para que no piensen y razonen, y solo militen y reaccionen, sino que se entra en otra fase de odio desmedido.

A pesar de eso, Feliz 2024.

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