23J: El desenlace.

Un mal rato

En el balcón de Génova el grupo de los diez salió con el rostro radiante y con la camisa blanca a saludar por una victoria pírrica, como si volvieran de una cena en Ibiza. También Feijóo. Y en esas apareció Ayuso con cara de derrota y camisa roja. ¿Alguien duda de su mensaje?

Feijóo hizo un mal discurso de victoria. Se le empastaban las palabras importantes y tenía que repetirlas porque su cerebro sabía que no eran esas las palabras que quería decir. Conocen bien ese efecto los lingüistas cognitivos.

No me alargaré en el análisis de su discurso, porque esta vez resulta evidente. Feijóo tenía dos mensajes en la cabeza: me he ganado el derecho de seguir siendo presidente del PP y candidato a presidente del Gobierno, y quiero que todos los partidos me dejen gobernar. Esos fueron los dos mensajes que quería pintar en el aire; ninguno de ellos demasiado inspirador.

Me he ganado el derecho de seguir siendo presidente del PP. Los primeros minutos del discurso de Feijóo parecían la defensa de un funcionario que acude a un concurso de méritos. Recordad, dijo, lo mal que estaba el PP hace un año y medio, la crisis que vivió. “Nunca nuestro partido había subido con tanta intensidad”, desveló. E intentó sacarle más brillo a una victoria intrascendente: “Hemos tenido 8 millones de votos, tres más que la última vez”. Y más todavía: “Tendremos mayoría absoluta en el Senado”. Bieeeeeen, gritaba la gente alegrándose de que el tren solo se retrasaba una hora. Los primeros seis minutos sonaron a excusa continua, que solo plantea con descaro quien sabe que ha perdido, que ha defraudado las expectativas y que se le agota el tiempo para demostrar que es el líder que necesita el PP.

El resto de partidos me tiene que dejar gobernar. Si la primera parte del discurso sonó a excusa, la segunda parte sonó a reproche. Un reproche a los demás partidos, adversarios cuando no enemigos (“Que te vote Txapote”), hasta hacía unos minutos. A ellos les advirtió que le tienen que dejar gobernar. Si no lo hacen presidente del Gobierno, España será una anomalía, dijo. Lo dijo con estas palabras: “La anomalía de que no pudiese gobernar el partido más votado”. Que eso no había pasado nunca (memoria claramente selectiva, a lo Festinger)… y se puso a repasar la lista de presidentes del Gobierno de la democracia para demostrarlo. ¡Qué más razón que esa, por favor!

Pero el discurso sonaba falso, sin fuerza. Feijóo puede hacer creer que va a gobernar, pero no es tonto. No lo digo yo. Lo dijo él. “Voy a intentar gobernar de acuerdo con la victoria electoral”, donde el primer infinitivo pesa el doble que el segundo. “Pido formalmente que no me bloqueen”, donde pido sonaba a ruego, de rodillas, por favor, por favor…

¿Por qué Feijóo hizo un discurso a base de excusas, reproches y ruegos? ¡Ah, el balcón de Génova! La única persona que hizo acto de presencia con la cara y el gesto de derrota fue Díaz Ayuso. Mientras los demás saltaban y hacían que reían (a Gamarra se la veía excitada como si fuera la ganadora del euromillón), Ayuso mostraba el gesto serio, defraudado, el gesto de la consejera delegada que ya ha hecho su evaluación sobre el director general (saliente, en su cabeza). Ayuso, una vez más, fue el alma del PP. Ayuso, la vestal del oráculo de Delfos conservador… A ella hay que acudir para conocer el siguiente paso.

Feijóo se excusó delante de todos por la presión que siente que ejercen Ayuso y los que la ven de candidata a la presidencia del Gobierno. Feijóo rogó ser “primer ministro” (dijo, como si fuera más sajón que gallego) para que no lo releve Ayuso.

Feijóo hizo un mal discurso de la victoria, porque en realidad fue el discurso de una derrota.

Veremos si en la repetición de estas elecciones en unos meses, es Feijóo o Ayuso el que lo intenta. Ese sí que “es el momento”, seguro que piensa el mentor de la presidenta de Madrid: con un Sánchez derrotado por las pretensiones independentistas y con el espíritu de remontada socialista por los suelos.

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